lunes, 9 de febrero de 2015

Género

El género, en un sentido amplio, se refiere a «los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres»9 y que configuraría la ontología (teorías sobre el ser) y epistemología (teorías del conocimientos) de un individuo, así como la maquinaria intelectual con la que se perciben las cosas, atribuyendo significados cargados de género.

Así, el género es una construcción social y no un término destinado a explicar la separación de roles natural e inherente a la condición biológica de los sujetos —características anatómico-fisiológicas—, por lo que la analogía o sinonimia semántica entre los términos «género» y «sexo» sería errónea.


Estudios de género

Los estudios de género, como perspectiva de frontera, corroen los modos naturalizados de ver los objetos adquiridos a lo largo de la formación disciplinar produciendo una mirada diferente sobre los objetos considerados habitualmente y sobre la manera de tratarlos. Lo que se pone en cuestión con la perspectiva de género es la presunta armonía preestablecida entre división y visión del mundo poniendo, de este modo, en crisis las evidencias.15

Estela Serret Bravo y colaboradoras, definen, en el libro editado por el Instituto de la Mujer Oaxaqueña Qué es y para qué es la perspectiva de género. Libro de texto para la asignatura: Perspectiva de género en educación superior , que la perspectiva de género es “un punto de vista a partir del cual se visualizan los distintos fenómenos de la realidad (científica, académica, social o política), que tiene en cuenta las implicaciones y efectos de las relaciones sociales de poder entre los géneros (masculino y femenino, en un nivel, y hombres y mujeres en otro)” (p. 15); “[…] una noción feminista que ha sido generada para cuestionar el carácter esencialista y fatal de la subordinación de las mujeres” (p. 54). La perspectiva de género sirve, señalan, para “cambiar la percepción social y la autopercepción del significado de ser mujer” (p. 53); resolver “con efectividad los severos problemas que en todos los niveles de nuestra vida social se derivan de la subordinación” (p. 54), y con ello, alcanzar la igualdad entre los géneros (p. 151).

Una mirada a la sociedad mexicana, desde esta perspectiva nos permite ver, por ejemplo, la subordinación de las mujeres, el dominio del hombre sobre ellas. Los datos que arrojó la Encuesta sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2003 y 2006) nos enfrentan a una sociedad en donde aún las mujeres dependen incluso de la opinión de sus esposos para realizar ciertas actividades que le son propias como ciudadanas, como individuos o como simples seres humanos. Basta ver, por ejemplo, que el 56% de las entrevistadas declaró que “su esposo o pareja decidía si ellas podrían trabajar”. Otro hecho evidente en nuestra sociedad, y que tiene que ver con el ámbito laboral, es la segregación basada en el género: las mujeres ocupan trabajos que son relacionados con su rol e identidad de género: artesanas, maestras, comerciantes, obreras, trabajadoras domésticas, entre otras. Joan W. Scott, Jill K. Conway y Susan C. Bourque en su artículo “El concepto de género” señalan que este fenómeno está relacionado con la visión de Talcott Parsons (que para la década de los 60 predominaba en las sociedades modernas) donde los roles de género, para garantizar la funcionalidad social, están perfectamente diferenciados: “la capacidad del hombre para el trabajo instrumental (público, productivo, o gerencial) [y] la habilidad de la mujer para manejar los aspectos expresivos de la vida familiar y la crianza de los hijos”.

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